Extraño tanto el olor al rocío húmedo
y a tierra de la mañana,
el frio helado de la madrugada
que envuelve los párpados y las sienes
y obliga casi sensualmente
a acomodar la cabeza hacia atrás
para que el viento pueda besar el cuello,
la punta de la nariz y en un escalofrío
me susurre al oído historias de otros lugares,
en otros tiempos.
Extraño tanto la sensación
de fundirme en la tierra,
convertirme en sus raíces, en sus brotes,
en la locura de su savia que luego es mi sangre
y que me abraza como nunca nadie,
inmensamente, desde todos lados.
Extraño tanto que la adrenalina
me consuma hasta las lágrimas
y que me haga abrir los brazos
y el corazón con los dientes apretados
(tanto miedo y deseo),
que el dualismo de mis pensamientos
me conmueva lo más profundo de mi existencia
que es mi amor, que es mi locura por la vida
para después arrojarme al vacío de sus valles
así de una vez por todas aprendo a planear,
a llegar intacta a sus suelos... o a su cielo.
Quizás me toma por sorpresa
que me encuentro inconmensurable en estos suelos
porque ya no soy yo la que extraña tanto sino mi propio cuerpo
que me pide desesperadamente que salte desde esta cima
hacia el vacío, hacia el futuro, hacia el todo que de repente
también soy yo y que debo confesarme,
Me espero hace tiempo,
desde lo más profundo para correr a encontrarme
así no me queda el cuerpo lastimado de tanta caída y tanto amor.
Quizás, sólo quizás, me dejes llevarte despacito hacia donde voy.
Sofía.