Wednesday, March 11, 2009

Hipérbole

Tenía tanto odio que se le empezaron a desprender las pestañas y salir disparadas como proyectiles hacia la gente que caminaba por SU misma vereda.
Odiaba cada segundo que había gastado en personas tan perversas, que cualquier cosa de su cuerpo tomaba forma de arma letal.
Sus uñas empezaban a crecer como garras, y con una finura tan propia como la que sólo ella tenía, desarmaba cualquier retazo de ropa y carne que concurría a su paso.
Sangre y piltrafas se deshacían en el aire, y con la misma dedicación con la que la gente vomitaba ante los cuerpos descuartizados, se levantaba y la observaba como la diosa de la perdición.
Luego de un rato, la gente empezó a lanzarse en su camino para ser muerta con glamour: posando un salto monumental o un tropiezo naif, que terminaban en bolsas de huesos abióticas y desfiguraciones cuasi culinarias.
Ella no encontraba cosa más desagradable que perder pestañas, uñas, sudor, en proyectiles armados que robaban un poco de su odio por sí misma y lo transmutaban en tempestades y masacres mundiales.
Sin embargo, cada vez se sentía más aliviada y comprendía el asqueroso egoísmo narcisista circundante; la perversa sensación de gozar el sufrimiento ajeno tan íntimamente como el sexo mismo, el forcejeo de la garganta en la angustiosa mañana en la que despiertes y te figures que tu culpa volvió a vos, y te ahogó en tu dulce cama,
tragando mierda.

Sofía.
06/03/09