Tengo palabras atravesadas en
los labios,
en la garganta, en todas las
bocas que tengo.
Palabras que no sé,
palabras que no se pueden asir en una lengua ni en dos.
Que sólo pueden reventar en mis labios,
partirlos al medio e hincharlos
como pimpollos florecientes que supuran.
También supuran esas palabras no dichas,
esas que sólo pueden reventar
en los labios y en los ojos,
que se angustian y sus
labios-parpados abren,
cierran lagrimas de agua salada,
la bronca de no poder hablar.
(Por lo
menos la sal cura el supurar).
Tengo una angustia atravesada en la retina
que revienta en mis ojos y otra más,
ensartando la boca de mi estómago, que pobre,
implota en nauseas, se estruja, hace ruidos.
Y yo bueno, yo no sé qué decir, ni acaso sepa qué
se dice,
qué lo dice todo, pero no digo nada.
Más bien, ¿qué podría decir?
Con esta boca cosida, reventada, partida,
que sólo sabe supurar membranas, mucosas,
dolor de otros barcos hundidos, en otros tiempos.